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16.1.08

La hermandad del peligro



A finales de los años veinte, la capital vizcaína contaba con un Cuerpo de Bomberos profesional y moderno, capaz de hacer frente, con rapidez y eficacia, a cualquier situación de emergencia

Suena el teléfono. Alguien, apremiado por la urgencia, ha marcado el 2000. La respuesta es casi inmediata: «Cuerpo de Bomberos de Bilbao. Dígame». A partir de ese instante toda la maquinaria de una de las instituciones más prestigiosas de la villa se pone en marcha. El «forzado» del teléfono, pues así se le conoce al encargado de hacer guardia junto al aparato, comunica rápidamente la novedad y la dirección del siniestro. Dos son las opciones, en función de la gravedad del mismo. Si, por los datos recibidos, se considera que el aviso no reviste excesiva importancia, es decir, si se trata de un incendio de los conocidos como «de chimenea» en el lenguaje habitual de los bomberos, el telefonista acciona un timbre que suena directamente en el cuarto donde se halla el retén de guardia.

En aproximadamente diez segundos, «el Ford sale del parque como una exhalación, llevando a bordo tres hombres y un jefe de pelotón». En cambio, si la llamada denuncia un siniestro importante, el timbre suena tres veces «y, en contados segundos también, sale una de las bombas grandes con diez hombres y un oficial». De esta forma, a la altura de 1928, entraba en acción, tal y como se recogió en la prensa de la época, la «agrupación de hombres buenos, valerosos y abnegados que, si en todas partes despertó la simpatía de las gentes, bien ganado tiene entre nosotros el renombre de benemérita por la enorme labor que hubo de llevar a cabo desde que fue creada».

Protocolo de actuación

El sistema de alerta era casi perfecto. De hecho, al mismo tiempo que sonaba el teléfono en la centralita, un timbre avisaba a oficiales y maquinistas de una posible incidencia. Los automóviles se ponían en marcha mucho antes de que el resto del personal estuviera dispuesto para salir. De forma casi simultánea, se daba aviso al servicio de aguas de la villa, aunque en este punto la comunicación era constante ya que, diariamente, se recibía en el parque un informe sobre el funcionamiento y estado de los sistemas de abastecimiento en todos y cada uno de los sectores de la población.

La minuciosidad del protocolo de actuación del Cuerpo de Bomberos de Bilbao se constataba incluso en los detalles. Hasta se fijaba la hora en la que se recibía el aviso gracias a un reloj situado junto al teléfono. Tanta eficacia era posible, y así se subrayaba, por el hecho de que tanto el material como el personal estaban siempre en disposición de salir a atender a cualquiera de las emergencias que se planteasen. Con tanta organización la «confusión y el barullo son imposibles. Cada cosa tiene su sitio designado y todas están siempre en su sitio. Cada hombre tiene su puesto y a oscuras sabría ocuparlo con la celeridad deseada».

Durante el día, las guardias se montaban cada cuatro horas en turnos de diez hombres, mandados por un oficial. Todos ellos pertenecían a la brigada permanente. De noche, prestaban servicio dieciséis bomberos, cuatro pertenecientes a la brigada permanente y doce eventuales. Al frente se hallaban dos jefes de pelotón. Los turnos de los eventuales se organizaban de manera que les tocara guardia cada cuatro noches. Por su parte, el servicio de maquinistas se hacía por parejas, lo cual permitía la salida inmediata de dos carruajes -coches-, en casos de urgencia máxima.

El Cuerpo de Bomberos de Bilbao lo formaban, a comienzos de 1928, 110 hombres repartidos así: un arquitecto-director, un ingeniero subdirector, dos oficiales, seis maquinistas -llamados chófers-, cuatro almaceneros -encargados de contestar al teléfono-, cuatro jefes de pelotón, veintiocho hombres de la brigada permanente, cuarenta y ocho eventuales, diez suplentes y un jefe de pelotón más los once integrantes del retén de Zorroza. Todos ellos, mientras esperaban en sus dependencias no estaban para nada ociosos. «Durante la permanencia de los bomberos en el Parque se realizan simulacros de extinción, y ejercicios de gimnasia y acrobacia cada dos horas».

El parque, situado en la antigua Alhóndiga, contaba con las siguientes dependencias: un despacho para el director, una oficina con habitación para el almacenero de guardia, cuartos de oficiales y maquinistas, retretes, lavabos, duchas y, por supuesto, «un gran patio circular, donde hay una casa en esqueleto, de hierro; una gran escalera de caracol, también de hierro; y una escala de salvamento para practicar los ejercicios reglamentarios».

La dotación en material tampoco era nada despreciable. El Servicio de Extinción de Incendios contaba con diez automóviles, entre los que destacaban una bomba 'Denis' de 1.800 litros por minuto, otras dos de 1.000 litros, una 'Ford' de 500 a 600 litros, y una 'Gwines' de la misma capacidad. A esto se unía una de las estrellas del parque: la gran autoescala de salvamento 'Magirus', una increíble escalera que desarrollaba sus impresionantes 28 metros en 26 segundos. También contaban con una escalera de 23 metros que podía acoplarse en una de las bombas 'Denis'. La tercera escala era fija puesto que estaba situada en el patio del parque y servía para los ejercicios prácticos.

Ágiles y robustos

A pesar de la modernidad y puesta al día, los Bomberos aún contaban con una vieja máquina de vapor de tracción animal que, para un apuro, funcionaba bien. Todo esto se podía completar, si la situación lo exigiese, con los automóviles encargados del riego pues todos ellos podían funcionar como bombas de agua. Del material pequeño (mangas, hachas, escaleras de mano y lonas salvavidas), el Cuerpo estaba perfectamente surtido. La novedad de la época eran unas mangueras de enchufe rápido, modelo inglés para más señas, que ahorraban mucho tiempo.

Pero si algo destacaba sobre lo demás de aquel grupo de hombres valerosos era la brigada permanente. Compuesta por «muchachos jóvenes, ágiles y robustos, de profesiones útiles al servicio de bomberos», constaba de 23 individuos mandados por los oficiales Hormaeche y Oronoz. La creación de la brigada, que tenía una antigüedad máxima de cinco años, había mejorado notablemente la eficacia del servicio, ya que, hasta ese momento, todas las emergencias se cubrían con personal eventual.

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